Comentario
El llamado Caballito de oro de Altótting (Baviera) es una joya singular, llamativa, escenográfica y extraordinariamente suntuosa. La regaló Isabel de Baviera a su esposo, el rey Carlos VI de Francia, hacia 1400. Alcanza los 62 cm de altura, detalle de por sí significativo tratándose de una pieza de orfebrería, pero su complejidad obliga a una ejecución minuciosa de cada detalle. Sobre cuatro pilares se levanta un estrado en el que se desarrolla la escena principal, aunque no la que le ha dado nombre. Una virgen con el Niño destaca sobre un fondo de emparrado constituido por oro, multitud de perlas, rubíes y zafiros. Dos menudos ángeles sostienen sobre su cabeza una corona realizada con los mismos materiales. Ante ella, de pequeño tamaño, santa Catalina y los santos Juanes en una distribución buscadamente asimétrica. Aunque tienen un alma de oro, todos los cuerpos y vestidos se cubren con un esmalte opaco blanco, característico de este momento cuya invención técnica era muy reciente. El rey, a quien se regaló la pequeña maravilla, está arrodillado a la izquierda, vestido con lujo, con un menudo tigre tras él. En el centro está el escabel de oro sobre el que se coloca un libro de oración y a la izquierda, un servidor que sostiene el casco de guerra del príncipe.Al estrado se accede por medio de dos amplias escaleras situadas a ambos lados. Abajo, el famoso caballo que ha dado nombre al conjunto también de oro recubierto de esmalte blanco opaco y con arnés del mismo metal noble, cuya brida sostiene un palafrenero. Es un regalo costosísimo, un producto de lujo y una pieza de refinada y precisa ejecución si bien de bizarro diseño. Es una muestra paradigmática del gusto exquisito, algo extravagante y que ama lo rico que vincula estrechamente con lo bello, de una opulenta aristocracia francesa.Una segunda imagen presenta un marcado contraste con la primera. Se trata de una miniatura del "Libro de Horas de Catalina de Cléves" (J. Pierpont Morgan Library, Nueva York), sólo algo posterior a la joya: Una dama vestida con cierta elegancia da limosna a tres desastrados pordioseros, dos de los cuales, además, padecen diversos defectos físicos. Traduce plásticamente una realidad social de tremendo impacto: la miseria siempre presente. Aunque el manuscrito que contiene la escena es asimismo una pieza de lujo pensada para un propietario aristocrático, no deja de reflejar un aspecto de la sociedad de entonces que alcanza una extensión y una gravedad extraordinarias.Este profundo contraste entre el más desenfrenado de los lujos posibles para unos pocos y la pobreza extrema de una mayoría define bien la situación de la última parte de la Edad Media a partir de la Peste Negra. Se dirá que en cualquier momento de la historia es factible acudir a dos ejemplos similares a los expuestos para resaltar una desigualdad social y económica que jamás ha dejado de existir en todas las sociedades humanas, lo cual es cierto. Pero quizás lo que llama la atención de esta época es la dramática situación que atraviesan regiones y aún naciones europeas, disminuidas demográficamente como consecuencia de la reciente peste, envueltas en graves situaciones internas que se traducen en guerras de tremenda dureza, incómodas ante una situación doctrinal como la que vivió con el Gran Cisma, víctima del hambre y de nuevas epidemias, que favorece muy poco el desarrollo de un arte suntuoso, contrastada con la realidad de un mundo de fantasía y evasión, de derroche sin control, de gastos caprichosos, con un deseo de manifestar externamente a través del arte efímero de la fiesta y la celebración, tanto el poder que se tiene, como el que se desearía tener.Seguramente, muchos nobles unen a su deseo de mostrar públicamente su riqueza una sensibilidad y una formación cultural mucho más altas que las de épocas anteriores. Siguen construyendo castillos, pero, sin descuidar la función defensiva que los debe caracterizar, se convierten en palacios donde existe un confort y un lujo que faltaban en las viejas fortalezas. Incluso han hecho del torneo y la justa una fiesta donde se combate poco, mientras se realizan todos los alardes de riqueza, comenzando por las mismas armaduras. Algunas celebraciones de este tipo merecen reseñarse en crónicas que ponen así de manifiesto el costo, la complejidad ritual que exige un conocimiento del ceremonial muy profundo, el uso de alegorías, símbolos y signos de doble lectura, y la existencia de un arte efímero para el que no se ahorran gastos. De todo esto se sigue que los reyes, los príncipes y la nobleza que dispone de medios adquieren un protagonismo como promotores del arte que sólo los monarcas habían tenido anteriormente. Se han utilizado diversos términos para denominar sobre todo la pintura y la miniatura del entorno de 1400. Uno de ellos es gótico cortesano, significativamente.En buena medida, pues, es arte de corte, arte de élite, para un número reducido de personas que dispone de medios para adquirirlo y promocionarlo y una cierta capacidad para apreciarlo. Sin embargo, no en todos los lugares ocurre lo mismo. Es importante la nobleza francesa, con algunos monarcas a la cabeza. Otro tanto cabe decir de la corte franco-bohemia de Praga o de diversas zonas del Norte de Italia, sean los señores de Milán o los príncipes de la Iglesia los promotores. Por el contrario, la rica burguesía de los Países Bajos, de zonas de Alemania, de la Toscana, en cierta medida de Cataluña, tiene un papel protagonista en numerosos encargos.En definitiva, en estos tiempos últimos medievales se debe hablar de un arte de corte y de un arte de la burguesía. Más fantástico, evasivo y fastuoso es el primero, mientras el otro está destinado a un número más crecido de gentes, sin que falten en ocasiones los proyectos excesivos. El protagonismo de ambos no permite olvidar que la mayor parte de las obras encargadas sean religiosas, tanto de uso colectivo como individual. Las dos obras elegidas, aun estando destinadas a una persona en concreto, son religiosas. Sin que sepamos exactamente la función del Caballito de Altótting, es claro que en él se alude a la devoción por la Virgen, mientras el "Libro de Horas de Catalina de Cléves" es un libro de oraciones destinado a ser disfrutado y leído por su poseedora.Evidentemente, esto quiere decir que la Iglesia en general mantiene el mismo papel principal de tiempos pasados, bien a través de encargos directos a los artistas, de donaciones recibidas procedentes de los dos estamentos antes mencionados o debido al influjo mental que sigue ejerciendo en la sociedad. Lo que caracteriza esta etapa final, en lo que afecta a las artes, no es tanto una disminución de su protagonismo antiguo, como el crecimiento que alcanza a través de los encargos el de la alta aristocracia y la burguesía.